sábado, 11 de julio de 2009

UNAS PALABRAS PARA MARCO ANTONIO

Escribe:
Jhonny Padilla
Conocimos a Marco Antonio Gallego cuando no sabia de glamour, ni fama, cuando sólo se hacía llamar Marco, a secas. Un muchacho del centro de Lima menudo, tímido, orgulloso de ser de barrio, inseparable de un joven cantante de boleros que soñaba con ser alguien a quien acompañaba de arriba a abajo sin inmutarse.
Por eso, no era raro verlo visitando las redacciones de los diarios, cargando la maleta del vestuario, ayudando a su "ídolo" a verse bien para así conseguir la nota ansiada. "Es mi primo", solía decir el intérprete para acallar rumores malintencionados y que veían sospechosa tanta devoción, que a todas luces era amor.
A pesar de los esfuerzos del bolerista por hacerse famoso, nunca pasó de ser segundón y Marco se hizo tan o más conocido que el susodicho entre los periodistas de farándula de fines de los ochenta.
Hasta que un día la pareja desapareció sin dejar rastro. Después se supo que ambos salieron a recorrer países vecinos, a ganar más penurias, que aplausos, y fue en Santiago de Chile, que Marco cansado de la mediocridad, la violencia, y la pobreza que decide dejar al artista y seguir su propio camino.
Años después lo volvimos a ver convertido en estilista de Gisela Valcárcel y poco tenía del jovencito que conocimos. Era otro, quería comerse el mundo, no pensaba en el pasado. "Sufrí mucho, pero ahora sólo deseo ser alguien", nos dijo un día orgulloso de haber salido de abajo y sacando pecho por ser ya Marco Antonio.
Y vaya que lo logró con creces. El tiempo le dio la razón. Fue alguien, creo un imperio de la belleza y nunca olvidó de donde había salido. Y cuando corría el riesgo de desubicarse, siempre había alguien que le recordaba sus raíces y volvía a ser Marco, el de siempre.
El que se ha ido sin aviso, que dejó sus memorias aún por escribir. El coqueto, el que cumplió 43 y festejó 40, pero sobre todo el buen hijo, excelente hermano y solidario amigo.

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